Abrazos, el Contra-bandista, 2 de marzo.

Hay días en que uno gira la cabeza y, sin querer, mira hacia atrás. Vuelta la mirada hacia el desván polvoriento, donde se acumulan los muebles y aparejos de una vida pasada, y, que muchas veces, por pasada no fue mejor, la vida te traspasa como si fueras materia de nube, de viento, preludio de borrasca. Son días en que uno no puede justificarse en el clima lluvioso porque no hay excusa. Uno se siente melancólico, reflexivo, sensible y necesita más que nunca ese abrazo que lo libere de sí mismo y lo sitúe, en un instante, en el presente, en el ahora, en el nosotros.
Mientras escribo estas líneas, me doy cuenta que seguramente yo tendré uno de esos días. De esos en que ojeo las páginas del periódico, como sino entendiera el idioma en el que está escrito; de esos en que la radio parece hablar de cosas extrañas, sin ningún sentido para mi, precisamente, porque el que se siente extraño, diferente, como un soldado en tierra de nadie, soy yo.
Esto ya os habréis dado cuenta no es un resumen. ¿Qué es? Quizás no sea nada más que las palabras de un extranjero en su propia tierra, de alguien que despierta una mañana y no se reconoce en el espejo. Un espejo tan roto como el centro de Chile, tan frío como la indiferencia de la mayoría, tan azul como negro está el futuro, tan pulido como la imagen pública de los hombres del traje gris, tan irreal como los discursos de la mayoría de políticos. Este panorama que se me ha revelado al mirarme al espejo esta mañana me hace pensar que quizás algo podría cambiar en este mundo, si la gente tuviera el valor de pedir abrazos cuando los necesitan como yo, porque siempre hay gente dispuesta a darlo. Pero en el caso de nuestro planeta creo que toda la humanidad deberíamos recordar que hace mucho que le dejamos solo.