miércoles, 3 de marzo de 2010

El salto, el contra-bandista, 3 de marzo.

El sol se escondía en el horizonte, desparramando en el cielo una mezcla de naranjas, violetas y azules. F. miraba desde la azotea de su edificio ese paisaje. Una última mirada al mundo, una última mirada a todo aquello que había formado parte de su vida durante años. Como último recurso a la falta de ilusión, a la falta de esperanza, había decidido arrojarse al vacío. Era esa hora en que las personas encienden las luces de sus casas, dispuestos a combatir la oscuridad que se cierne como un manto de negrura fuera del cobijo de sus hogares. En F., hay que decir, que hacía ya tiempo que esa negrura se había instalado de forma perpetua en su alma, cegando sus pasiones, atorando sus estímulos, atascando cualquier forma de canalizar la rabia, la impotencia y el dolor, que, en su caso, se traducía en una tristeza perenne como un invierno inacabable.
Instantes antes de saltar, F. pensó que sólo sería un momento, un instante efímero, como la vida de cualquier hijo de vecino, como la suya propia. Entonces saltó, con los brazos abiertos, como aquel que desea abrazar a la muerte. Mientras su cuerpo se precipitaba hacia la calle, tuvo tiempo de mirar hacia dentro de su edificio, hacia el interior de las casas de sus anónimos vecinos. Distinguió el movimiento sensual de dos cuerpos bajo una sábana e imaginó lo que estaba ocurriendo; a una madre dándole el pecho a su bebé con gratitud y cariño, mientras quien parecía su marido gravaba en video la escena; a una familia que se sentaba delante de una mesa preparada para celebrar lo que parecía un aniversario; a un matrimonio acurrucado en el sofá delante del televisor; a una joven, de más o menos su edad, mirando tristemente por la ventana, quizás viéndole caer. En ese momento pensó que aquella chica que no conocía se debía sentir tan sola como él, que quizás juntos hubieran podido ser una buena pareja, forma una familia. Fue en el instante justo antes de chocar contra el suelo, cuando F se dio cuenta de que no quería morir.

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