lunes, 15 de marzo de 2010

A fuego lento, el Contra-bandista, 15 de marzo.

Era común escuchar en ámbitos económicos frases como: nada ni nadie podrá parar la modernidad; entendida ésta como prueba irrefutable de la evolución social, política y tecnológica, la modernidad es el resultado de una mirada fría y retadora de los organismos de poder hacia sí mismos. Lo cierto es que no hace falta ser muy avispado para comprobar que, hoy, el mundo o nuestro mundo occidental gira en torno a unos pocos paradigmas como son: la levedad, la renovación, la inmediatez, o la precisión. En otras palabras, hoy en día queremos que todo lo que tengamos en la vida sea rápido, fácil y de calidad, que ya lo cambiaremos cuando nos cansemos. La prueba es que cada vez más buscamos ese bueno, bonito y barato tanto al comprar un televisor, como al acometer un reto o al iniciar una relación.
La modernidad y todos sus avances tecnológicos han acabado con las fronteras, han tendido puentes, pero quizás para muchas personas tanto avance haya facilitado demasiado las cosas. La mayor parte de nuestra sociedad vivimos como si fuéramos reyes, con una vida llena de pequeños lujos, que sólo por no ser exclusivos, no son considerados como tales.
En el día mundial del consumidor, no puedo obviar que muchas personas compran comodidad esperando comprar felicidad de cocina rápida. En cambio, pese a la modernidad, a Internet, a la robótica o al TDT, el ser humano no ha cambiado tanto, en aquello que lo hace humano desde hace miles de años; hablo de sus sentimientos, sus deseos, sus pulsiones, sus sueños.
En definitiva hace miles de años que lo que comen hombres y mujeres por la boca, sale por los mismos sitios. Y hablando de comer... En esta sociedad del ahora, del ya, del para ayer, deberíamos recordar que los mejores platos deben cocinarse a fuego lento.

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