jueves, 21 de enero de 2010

El contra-bandista, Babel 21 de gener

Para bien o para mal, supongo que de todo un poco, mis padres costearon durante mi infancia una educación religiosa. Sin querer, como nos pasa a la mayoría con aquellas historias que estructuran la base de nuestra memoria, aún rememoro pasajes de la Biblia, como podría hacerlo de Las mil y una noches o de los cuentos de Anderssen. Una de las historias que más me llamaron la atención, por la imagen mezquina que se da de Dios, es la de la torre de Babel. Recuerdo como Dios, celoso de la obra humana, consiguió destruirla con algo tan simple como efectivo, cambiar las lenguas de los obreros de forma que no se entendieran. Este es, según la tradición judaica, el origen de los idiomas y, por tanto, de las divisiones en la humanidad. En mi opinión, esta historia, sacada de su contexto literario, tiene tanta credibilidad histórica como la vida del barón Munchausehn, el cual subiéndose sucesivamente sobre su propia cabeza, consiguió llegar hasta la luna; pero, no obstante, si se leen con una mirada receptiva, tanto una como otra, puede uno entenderlas como textos que describen rasgos reales de la humanidad.

En esta vida, me decía mi abuela, a buen entendedor pocas palabras bastan. Pasados los años, pienso que el buen entendedor es aquel que, más allá de la forma o del idioma con que se comunique un mensaje, posee la predisposición necesaria para intentar entenderlo. Desgraciadamente cualquiera diría que esta predisposición es un bien escaso. Porque yo, que no creo en dios, culpo a algunos ruidosos seres humanos y su falta de comprensión, que este mundo no tenga mejores perspectivas que una torre de cuento, derruida por no querer entendernos.

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