Con peligro de parecer frívolo os contaré, que al escuchar la editorial de hoy, se me ha ocurrido pensar que a veces este mundo me recuerda a una enorme pizza. Ha sido en ese momento cuando he preguntado a mis compañeros que si el mundo fuera una pizza, cual creían que sería? Las respuestas han demostrado que este alimento nos gusta a casi todos y que, además, tiene la facultad de convertirnos en filósofos.
El primero ha afirmado que la cuatro estaciones, porque tiene de todo, cosas que gustan y cosas que no. Otro me ha dicho que la cuatro quesos, porque tiene queso de vaca, de oveja, de cabra y quien sabe si de burro; al preguntarle si había elegido esa pizza porque pensaba que el mundo estaba lleno de burros y burras, me ha contestado si alguna vez había visto el debate sobre el estado de la nación. Otro compañero, acostumbrado a enfrentarse con la peor cara de la sociedad, no ha dudado ni un instante al decirme que el mundo es como una pizza roquefort, porque, aunque a la mayoría nos gusta, APESTA. También ha salido a la palestra la pizza barbacoa, porque (según palabras textuales): vamos tan quemados que necesitamos un baño de salsa; la pizza fogaccia (es decir de cebolla): porque parece que algunas personas se esconden bajo tantas capas, que cuando las quieres conocer acabas llorando; la pizza margarita (con sólo queso y tomate): porque nos gusta complicarnos demasiado la vida; la pizza mejicana: porque esta vida sin un punto picante, tiene menos interés que un discurso de Maria Dolores de Cospedal...
De todas formas, el premio a la pizza más filosófica se lo ha llevado Robert que bajo el nombre de pizza imposible, me ha explicado que el mundo tiene tantos matices, tantas diferencias, tantos colores y texturas que le parecía una tontería reducirlo a un alimento tan simple. A estas alturas de mi reflexión, no sé si el mundo es una pizza o no, pero lo que está claro es que, con tanto hablar de comida, me ha entrado mucha hambre.
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