lunes, 25 de enero de 2010

El contra-bandista, drogas y fútbol, 25 de enero.

El otro día vi un documental donde afirmaban que: la mayoría de los animales tienen alguna forma con la que anestesiarse. Desde comer hormigas u hojas de cierto tipo de árboles a darse con una piedra en la cabeza, la diversidad de sedantes naturales es de lo más variopinta. Es una necesidad, la de evadirse durante unos momentos de la realidad, que en el ser humano ha logrado una sofisticación desmesurada. Entre las diferentes formas que tenemos los hombres de huir de las preocupaciones mundanas, me parece que la más sorpredente, por la magnitud y espectación que desata, es el fútbol. Después de que Nietzche matara a Dios, el fútbol ha sustituido a la religión como el nuevo opio del pueblo. Es, junto al sexo, la droga de los pobres, fácil de conseguir, sin efectos secundarios y, si gana tu equipo, más euforizante que la substancia más potente.

El mundo del fútbol moviliza a las masas, genera pasiones e, incluso, como decía el gran Montalbán, llega a evitar guerras. Los futbolistas son modelos en los que se fijan nuestros pequeños, que sueñan con que pasado unos años lleguen a recibir la ovación cerrada de la afición de su equipo. En la actualidad, la liga española que casi siempre ha sido bipolar, ha extremado esa tendencia a golpe de talonario. Por un lado el barça y su cantera, por el otro el Real Madrid y su cartera, por un lado Messi y su humildad, por el otro Cristiano y su prepotencia, por un lado un modelo basado en el esfuerzo, la superación, el triunfo de los pequeños, por el otro un modelo que se nutre de la exigencia de unas expectativas insanas y demagógicas como son que un jugador por dar espectáculo tiene carta blanca para hacer lo que quiera. Quién piense que no estoy siendo objetivo, sólo recordarle que la subjetividad es objetiva.

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