jueves, 28 de enero de 2010

La cara oculta de la luna, el Contra-bandista 28 de gener

A veces la vida me da en las narices. El mundo se muestra como un gran enigma, como un cubo de Rubick infinito, que nunca podré ordenar, ni mucho menos comprender. Son momentos en que me doy cuenta que soy insignificante, un microscópico elemento, una partícula perdida que, haga lo que haga, no puede alterar el funcionamiento del sistema. Porque de alguna forma los sistemas son ese espacio, inalterable, en el cual millones de partículas como yo nacemos, crecemos y, un día, morimos y punto. Así es la vida.

El filósofo Isaiah Berlin, decía más o menos, que los sistemas eran estructuras donde la libertad marcaba la diferencia. En la actualidad, tenemos, presuntamente, la libertad de decir todo aquello que queramos, de hacer todo aquello que nos apetezca, podemos adquirir tantos objetos como podamos pagar, porque de alguna manera, creemos que somos aquellos que tenemos, y es que, en el fondo, nadie sabe con exactitud quién es realmente.


Algunos pensadores opinan que un ser humano es el conjunto de las acciones que ha vivido, por lo que hasta que muramos no podremos saber, al menos con precisión, quien hemos sido. Otros reducen a las personas a una estructura bioquímica, definida por el lenguaje, es decir por esa herramienta que nos sirve para entender a los demás y entendernos a nosotros mismos. Me quedo con esta última, porque entiendo que da al lenguaje la capacidad de hacernos libres y esa vaga ilusión de libertad me gusta.

No por nada siempre he sentido un amor pasional hacia la palabra, incluso, durante los peores momentos de mi vida, el vínculo que me unía al lenguaje, a la literatura, a la fantasía, puedo decir que era lo único que me ataba a la realidad. Esto me hace pensar que más allá de mi insignificancia o mi incapacidad para cambiar el mundo, (si Sarkozy no puede, ¿qué podré hacer yo?) nadie, ningún banco, ningún sistema, ni ninguna multinacional, podrá evitar que deje de ser, de sentir, de soñar. De esta forma, creer en las infinitas posibilidades de la comunicación aporta un nuevo sentido a mi vida, porque cuando uno atrapa un sueño en medio de la noche o la vigilia, si es capaz de ponerle palabras, puede conseguir iluminar la cara oculta de la luna.

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