jueves, 18 de febrero de 2010

Manuel, el Contra-bandista, 18 de febrero.

Cuando conocí a Manuel: llevaba diez años solo. Después de que falleciera su esposa, la misma que lo había acompañado durante 50 años, su vida se pudo convertir en un lapso de espera, pero no fue así. La desesperación, la tristeza, emociones que se arraigan con fuerza en estados de soledad, fueron como dos molestas compañeras de viaje, a las que Manuel acabó por ignorar. Su hijo había intentado ocuparse de él, pero la adopción resultó un fracaso. La realidad era que Manuel se sentía como un extraño fuera de su casa y que su hijo se pasaba todo el día trabajando. Por suerte, se consolaba Manuel, aún estaba bien de la cabeza, ya llegaría el día en que no supiera reconocerse en el espejo.
Cuando conocí a Manuel: supe que la vida le había hecho sabio. Había sobrevivido a una guerra y a una post-guerra, había crecido y había aprendido todo lo que debe aprender un niño para llegar a hombre; amando, sintiendo, reflexionando, luchando, había sabido reinventarse a sí mismo. De los libros aprendió que la vida era un camino en el que uno se debía adaptar a cada nuevo terreno, a cada nuevo paisaje; de su gente que la gracia de la vida estaba en el misterio de ignorar lo que se esconde tras el siguiente repecho. Esta idea le había mantenido siempre alerta a los pequeños milagros de la vida, aunque ninguno fue comparable al que sintió al conocer a su mujer y con el nacimiento de su único hijo. Así, viviendo intensamente con los suyos, llegó la vejez y sus peores temores se materializaron al perder a su mujer por culpa de un cáncer.
Cuando conocí a Manuel: supe en su mirada que podía enseñarme muchas cosas, que, con un poco de suerte, al cabo de unos años, yo podía estar como él: con un cigarro apagado en los labios, jugando a las cartas con sus amigos, sonriendo, como el que sabe que lleva las de ganar. Y así fue, cuando asistí al entierro de Manuel, la gente de Rubí hacía cola para entrar en la iglesia, fue entonces cuando entendí que Manuel, con su muerte, le había ganado la última partida a la vida.

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