martes, 16 de febrero de 2010

Maruj@s, el Contra-bandista, 16 de febrero.

Tengo que confesaros una cosa, de la cual, ya aviso, que me avergüenzo. He sentido una debilidad casi ilícita, un morbo casi obsceno, por escuchar las conversaciones de los demás. Todo empezó hace años. Me senté en una cafetería céntrica, abrí un libro, intenté leer, pero fue imposible. Un grupo de cotorras, pechugonas y desdentadas, hablaban despreocupadamente y a gritos. Al principio me molestó no poder concentrarme, pues sus voces chillonas se me clavaban en los oídos, como si siete clones de Belén Esteban se hubieran materializado a mi lado. Pero sin quererlo, y aún no entiendo cómo sucedió, el hilo de su conversación se apoderó de mi mente, transformando a Benedetti en un pretexto, a Goldoni en una excusa, a Borges en la sombra de una sombra. Así, en sólo una hora, me convertí en adicto al marujeo. Sí, lo reconozco, me llamo Raúl y soy un marujo.
Al día siguiente sin hacer caso de los consejos de mi familia y de mi pareja, volví a aquella cafetería con la intención de continuar revolcándome sobre ese caldo chillón y hortera. Quería saber más sobre la Campanario, sobre la duquesa de Alba o sobre Ana Obregón. Necesitaba datos insustanciales como si una tal “Paqui” le ponía los cuernos a su marido, porque éste llevaba años coleccionando en secreto tangas usados. Todo iba bien, por fin comprendía el por que del éxito de tantos programas del corazón. Entonces, de repente, bajé mi mirada hasta el periódico, que usaba como camuflaje, y al leer el titular me estremecí hasta rozar el colapso y el paro cardíaco.
Desperté en el hospital, donde sólo pudieron revivir mi corazón aplicando suficiente energía eléctrica como para alumbrar medio barrio chino. Cuando el médico me preguntó que suceso me había afectado hasta ese punto sin retorno, le pedí su ayuda, le dije: Sálvame, por favor. Porque en vista de que la Generalitat iba a tomar medidas contra la contaminación acústica, mi afición a los cotilleos estaba en peligro. Pensaba, ingenuo de mí, que entre sus ordenanzas incluirían la prohibición de esas conversaciones.
Años después, ya desintoxicado, mi adicción se ha extendido por el país como una epidemia, y, desgraciadamente, nadie del Ministerio de sanidad hace nada para evitarla. En definitiva España ha dejado de ser un país de charanga y pandereta, hoy España es un país con el corazón contaminado.

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