lunes, 1 de febrero de 2010

Salinger, el Contra-bandista, 1 de febrero

Me parece que, dentro de la enorme variedad humana, hay dos tipos de personas que representan formas antagónicas de entender la vida. Me refiero, por un lado, a aquellas personas que se venden como un producto, como una mercancía, sedientos de fama y reconocimiento, como si para ser lo que son necesitaran una campaña de marketing que enaltezca su narcisismo y, ya de paso, le reporte más beneficios económicos que una patente industrial. Estas personas, en mi opinión, son como cohetes de feria, es decir, ascienden rápido, explotan y desaparecen en la noche sin dejar rastro. Por otro lado, están aquellos seres anónimos, ocultos bajo una rutina de esfuerzo, cuya fama, cuando la tienen, es merecida, porque no se basa en slogans, ni estudios de mercado, sino en la admiración sincera de espíritus críticos.

Hoy comenzaba el programa recordándose la figura de Vicente Ferrer, a mi me gustaría que acabara recordando la de Salinger, quizás, el escritor norteamericano más influyente del siglo XX, fallecido el pasado viernes. De él se ha dicho que era un misántropo, que odiaba a la gente, que era una persona mezquina, retorcida y cruel. Lo único seguro, es que odiaba la industria literaria y sus candilejas, a la crítica y sus cantos de sirena, a los lectores obsesivos y sus vidas vacías. Por otro lado amaba a su familia, a sus amigos, entre los cuales se contaban las mejores joyas de la historia de la literatura. Salinger, como Holden Cautfield, su personaje más inmortal, sólo se preocupaba de encontrar un sentido, quizás desde su particular locura, a un mundo incontrolable y caótico, voraz y opresivo, del que, digan lo que digan, a veces es mejor huir. Descanse en paz.

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